Pánico absoluto en la OTAN tras un sorprendente movimiento ruso en el mar de Noruega. En una maniobra que ha dejado a la Alianza Atlántica al borde del colapso, un submarino ruso, presuntamente de la clase Jansen o Acula, se acercó sigilosamente al portaviones estadounidense USS Gerald Ford, el más moderno de la flota. La tensión se disparó la noche del 24 de agosto de 2025, cuando el submarino ruso comenzó a medir los tiempos de reacción del portaaviones, generando una cacería sin precedentes por parte de la OTAN.
A medida que la noticia se propagaba, aviones de reconocimiento británicos P8A Poseidón y otras aeronaves de varios países europeos despegaban para seguir al submarino ruso. Más de 27 salidas se registraron en un despliegue masivo de la OTAN, mientras la flota británica y submarinos aliados se unían a la búsqueda. Sin embargo, los rusos no estaban solos: se reportó que otros tres submarinos Jansen de la flota del norte estaban desaparecidos de su base, lo que añade un nuevo nivel de incertidumbre a la situación.
La operación antisubmarina se intensificó, con aviones y fragatas en un juego de gato y ratón que ha dejado a los analistas en estado de alerta. A pesar de la magnitud de la movilización, los esfuerzos de la OTAN no lograron localizar al submarino ruso, lo que plantea serias preguntas sobre la capacidad de detección en un momento en que las tensiones entre Rusia y Occidente alcanzan niveles críticos.
Mientras tanto, el mensaje es claro: Rusia está aquí, observando y midiendo. La OTAN, por su parte, responde con un despliegue impresionante, pero la falta de contacto visual con el submarino ruso sugiere que la situación está lejos de estabilizarse. Este episodio no solo subraya la fragilidad de las negociaciones actuales entre Estados Unidos y Rusia, sino que también marca un punto álgido en la guerra fría del siglo XXI. La comunidad internacional debe estar atenta: el océano es profundo y los mensajes son claros, pero lo que se esconde bajo la superficie, aún no se ha revelado.