La tarde transcurría con normalidad en Santo Domingo cuando, de repente, una caravana de camionetas negras se detuvo frente a la Casa de Alofoke. En cuestión de segundos, el lugar se transformó en un caos emocionante: drones sobrevolando, fanáticos gritando y cámaras captando cada movimiento. En esta versión ficticia, la razón era monumental: Romeo Santos acababa de llegar, y su presencia parecía detener el tiempo.
Dentro del edificio, el ambiente era electrizante. Santiago Matías, conocido como Alofoke, caminaba con evidente nerviosismo, consciente de que estaba a punto de vivir un momento histórico. Según esta narración dramatizada, el empresario habría pagado la impresionante suma de un millón de dólares para asegurar que Romeo cerrara el evento, elevándolo a un nivel nunca antes visto en la República Dominicana. Cuando el artista finalmente cruzó la puerta, Alofoke solo pudo decir, con voz entrecortada: “Vamos a hacer historia esta noche”.

Mientras tanto, los preparativos seguían a toda velocidad. Técnicos, productores y músicos ajustaban detalles con una precisión casi quirúrgica. Romeo observaba cada movimiento, escuchando pruebas de sonido con una intensidad que hacía temblar a todos los presentes. En esta ficción, uno de los técnicos comentó en voz baja: “Cuando Romeo canta, hasta la Casa vibra”.
En las redes sociales, el país entero estaba sumido en un frenesí colectivo. Memes, teorías y rumores inundaban las plataformas. La gente debatía quién lideraría la competencia, qué sorpresas podría traer la noche y si aparecería algún invitado inesperado. La expectativa crecía minuto a minuto, alimentada por la idea de que esta presentación podría ser uno de los momentos más grandes en la historia del entretenimiento dominicano.

La llegada de las 9 PM se convirtió prácticamente en un evento nacional. La Casa de Alofoke, en esta historia exagerada, parecía un volcán a punto de estallar. Se esperaba que Romeo iniciara su actuación con un saludo que cambiaría el ambiente por completo, dando paso a un show cargado de emoción, música y energía arrolladora. Todo apuntaba a que el cierre sería épico.
Para muchos, lo que estaba a punto de ocurrir no era un simple espectáculo, sino un capítulo que quedaría grabado en la memoria colectiva. Romeo Santos, en esta realidad ficticia, no solo sería la estrella principal de la noche, sino el símbolo de una celebración que marcaría un antes y un después en la historia de la Casa de Alofoke 2.