El mundo se detiene ante la conmovedora historia del Papa Francisco y su última llamada a su hermana, María Elena. En un momento cargado de emociones, el líder espiritual de millones rompió el protocolo para conectarse con su familia, demostrando que, a pesar de la distancia y la grandeza de su cargo, nunca dejó de ser Jorge, el hermano protector. Esta es la historia que ha tocado los corazones de personas en todo el planeta.
Desde su infancia en el barrio de Flores, Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio forjó un vínculo inquebrantable con su hermana. A pesar de las adversidades y la pobreza, siempre prometió cuidar de ella, una promesa que lo acompañó a lo largo de su vida. Tras convertirse en Papa en 2013, su misión se amplió, pero su amor por María Elena nunca flaqueó. Cada domingo, sin falta, levantaba el teléfono para preguntar por su salud y recordarles a todos que el amor de familia trasciende cualquier título.
La última llamada, un momento profundamente íntimo, se convirtió en un eco de su conexión. Al otro lado de la línea, María Elena sintió el peso de una despedida silenciosa, sin palabras de tristeza, solo risas y recuerdos compartidos. Jorge le recordó que, aunque todo cambie, el amor que construyeron perduraría, como los castillos de barro de su infancia.
El día de su fallecimiento, la noticia se esparció rápidamente. Mientras el mundo lloraba al Papa Francisco, en la pequeña casa de Buenos Aires, una hermana recordaba a su querido hermano, que nunca dejó de ser su protector. María Elena, rodeada de recuerdos, comprendió que el vínculo que compartieron era más fuerte que la muerte. La última llamada resonó en su corazón como un testimonio eterno del amor verdadero, un amor que nada puede destruir. En este momento de dolor, la familia Bergoglio encuentra consuelo en la certeza de que, aunque físicamente separados, su amor jamás se apagará.