La locura se desata en el hogar de Wanda Nara, donde la justicia argentina se enfrenta a un dilema emocional que trasciende las leyes. A pesar de una orden judicial, Wanda se niega a entregar a sus hijas a Mauro Icardi, quien, ansioso por reencontrarse con ellas, espera en el estacionamiento del tribunal desde las 10:45 de la mañana. La tensión es palpable; la fuerza pública se ha movilizado para hacer cumplir la decisión de la justicia, pero las voces de las niñas, que se niegan a ir, resuenan más fuerte que cualquier fallo.

El trasfondo de esta disputa es un torbellino de acusaciones de adulterio y tensiones familiares. Mientras la justicia ha determinado que las niñas deben pasar tiempo con su padre, ellas han expresado su temor de ser llevadas a una casa que no consideran su hogar. La situación se complica aún más por un informe del Ministerio Tutelar que revela que las menores se encuentran emocionalmente afectadas, con contradicciones en sus declaraciones que sugieren una manipulación por parte de la madre.

“Las nenas no quieren ir”, se escucha en el aire, y la angustia de estas pequeñas se convierte en el epicentro de un conflicto que debería ser resuelto con amor y comprensión. Wanda, atrapada entre su rol de madre y las exigencias de la justicia, se enfrenta a un dilema desgarrador: escuchar a sus hijas o cumplir con la ley.

La escena es un reflejo de la complejidad de las relaciones familiares modernas, donde el amor, el dolor y la lealtad se entrelazan en un drama que parece no tener fin. Mientras la fuerza pública se prepara para intervenir, el mundo observa, con la esperanza de que la razón y el bienestar de las niñas prevalezcan sobre el caos que las rodea. En este momento, la locura es total, y las verdaderas víctimas son las inocentes, atrapadas en un juego de adultos que no deberían tener que jugar.