Gustavo Petro, presidente de Colombia, fue abucheado y obligado a abandonar Leticia en medio de gritos de “¡fuera Petro!” durante una conmemoración el 7 de agosto. La situación se tornó tensa cuando Petro, en un intento por desviar la atención de sus escándalos de corrupción, cuestionó la soberanía peruana sobre la isla de Santa Rosa, un territorio disputado que Perú considera parte de su jurisdicción.
La presidenta peruana, Dina Boluarte, respondió con firmeza, reafirmando que la isla es peruana desde su formación en 1970. En un contexto de creciente tensión, el gobierno peruano movilizó tropas hacia la frontera, mientras que Petro, acorralado por protestas en su propio país, intentaba provocar un conflicto que muchos consideran una cortina de humo para ocultar sus problemas internos.
Los medios peruanos han calificado a Petro como un “dictador bananero”, sugiriendo que su retórica belicosa es un intento desesperado por recuperar popularidad ante un pueblo que ya no le presta atención. La situación se intensificó cuando se revelaron conversaciones privadas que implican a su hijo en fiestas y escándalos, lo que ha llevado a una creciente desconfianza hacia su liderazgo.
A medida que la presión aumenta, la comunidad internacional observa con preocupación. La cancillería peruana ha dejado claro que no negociará con “terroristas”, refiriéndose a las provocaciones de Petro. La situación en la frontera es volátil, y la posibilidad de un conflicto en el Amazonas se cierne sobre ambos países, mientras los ciudadanos claman por soluciones a los problemas que realmente les afectan.
La indignación en Colombia es palpable, y el futuro político de Petro pende de un hilo, mientras el clamor por su salida resuena en las calles. ¿Podrá Petro sobrevivir a esta tormenta o será el 7 de agosto el inicio de su final? La respuesta está en el aire.