Un impactante convoy de 50 camionetas del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) ha cruzado Jalisco sin oposición, enviando un mensaje claro y aterrador a las autoridades: “Dejen al Canelo”. La escena, digna de una película de acción, se desarrolló sin balas ni gritos, pero con una presencia intimidante que dejó a todos sin aliento. Este despliegue no solo es una manifestación del poder del narco, sino un símbolo que desafía al Estado, cuestionando su control sobre la narrativa pública.
El mensaje, dirigido a Omar García Harfuch, jefe de seguridad de la Ciudad de México, no es trivial. Harfuch había comenzado a investigar a la figura pública Canelo Álvarez, un ícono nacional que representa el éxito mexicano. La respuesta del Mencho, líder del CJNG, es una advertencia: tocar a Canelo podría desestabilizar un delicado equilibrio de poder, donde la imagen del boxeador se entrelaza con intereses económicos oscuros y complicidades que han mantenido a flote un relato de éxito.
Los testigos describen el convoy como una caravana presidencial, avanzando con calma y sin resistencia. Este acto no solo busca intimidar, sino reafirmar que el control de la narrativa es tan crucial como el control territorial. En un país donde el silencio pesa más que las palabras, el mensaje fue recibido y entendido por todos, desde políticos hasta empresarios.
La ausencia de reacciones oficiales y la paralización de los medios ante el tema revelan el temor que genera el CJNG. La pregunta que resuena en los pasillos del poder es: ¿hasta qué punto se tolerará la intromisión del crimen organizado en la narrativa nacional? La lección es clara: en México, el verdadero poder no siempre se ejerce con armas, a veces se manifiesta a través de símbolos y silencios que resuenan más que cualquier balacera.