El mundo se despertó este lunes de Pascua con una noticia desgarradora desde el Vaticano: el Papa Francisco, el 266.º líder de la Iglesia Católica, ha fallecido a los 88 años, solo horas después de haber dirigido la misa de Pascua ante miles de fieles en la Plaza de San Pedro. La noticia fue confirmada por el cardenal Farrell, quien anunció su muerte a las 7:35 a.m. hora local.
El pontífice, conocido por su humildad y su enfoque en los marginados, había aparecido en público el día anterior, bendiciendo a los presentes desde su silla de ruedas y enviando un mensaje de paz en medio de las guerras en Gaza y Ucrania. Estos fueron sus últimos palabras al mundo. Su salud había estado en declive desde febrero, cuando fue hospitalizado por neumonía.
El impacto de su muerte se sintió de inmediato. Testigos presenciales informaron sobre la conmoción en las calles de Roma, con personas corriendo hacia la Plaza de San Pedro y algunos llorando abiertamente. La figura de Jorge Mario Bergoglio, quien rompió moldes como el primer papa no europeo en más de 1,300 años y defendió incansablemente a los pobres, se apagó repentinamente, dejando un vacío inmenso.
La muerte de un papa desencadena un ritual que ha permanecido sin cambios durante siglos, pero Francisco, fiel a su estilo, decidió simplificar su funeral. En lugar de los tradicionales tres ataúdes, eligió uno de madera, y, notablemente, será el primer papa en ser enterrado fuera del Vaticano, en la Basílica de Santa María Mayor, un reflejo de su conexión con el pueblo.
Mientras el mundo rinde homenaje a su legado de paz y compasión, el Colegio de Cardenales se reunirá en Roma para elegir a su sucesor. Este momento no solo marca un cambio en la Iglesia Católica, sino que también representa un desafío para la sociedad global que busca seguir el camino de un líder que siempre abogó por construir puentes, no muros. La era de Francisco ha concluido, pero su mensaje resonará en todos nosotros.