Gran preocupación en Ferrari tras la histórica humillación de Hamilton y Leclerc en Imola. La Scuderia, que aspiraba a renacer en su circuito de casa, se encontró con una dura realidad: ninguno de sus pilotos logró clasificar entre los diez primeros, marcando una de las jornadas más vergonzosas en la historia reciente del equipo de Maranello. Charles Leclerc finalizó en el puesto 11 y Lewis Hamilton, con un decepcionante 12, caminaban cabizbajos por el paddock, incapaces de entender cómo el proyecto del SF25 había fracasado de manera tan estrepitosa.
Las palabras de Leclerc resonaron como un eco de frustración: “No hay suficiente potencia. Eso es todo lo que podemos extraer del auto. Debemos mejorar.” Su tono, casi apático, reflejó la desconfianza no solo en el vehículo, sino también en el equipo, mientras Hamilton se mostraba abatido, afirmando: “Pensé que íbamos en la dirección correcta, pero el auto perdió agarre. No lo entiendo. Estoy al final.” La decepción era palpable, una imagen que dejó claro el profundo desencanto que sienten ambos pilotos.
La situación es crítica. Con el SF25 mostrando problemas de frenos no resueltos y un rendimiento deplorable en los neumáticos, la Scuderia se enfrenta a un futuro incierto. A pesar de tener recursos ilimitados y dos pilotos de élite, Ferrari parece atrapado en una crisis de identidad, incapaz de ofrecer un auto competitivo. La presión aumenta, y los rumores de una posible reestructuración en el equipo técnico se intensifican.
Mientras la competencia avanza, Ferrari se hunde en la mediocridad. En este contexto, la pregunta que todos se hacen es clara: ¿Es este el fin de una era para Ferrari? La afición, decepcionada, exige respuestas y un cambio radical. Con el próximo Gran Premio en Barcelona a la vista, el tiempo se agota. La Scuderia necesita una solución contundente y rápida. De lo contrario, el sueño de volver a ser grandes podría convertirse en una pesadilla interminable.