Alex Rodríguez llega con su esposa y su madre al velorio del padre de David Ortiz en la República Dominicana.

La tarde caía con un silencio inusual sobre Santo Domingo cuando una caravana de vehículos oscuros se detuvo frente al salón memorial. Las luces del lugar reflejaban un ambiente solemne y cargado de emoción. Las puertas de una de las camionetas se abrieron lentamente y, en esta versión ficticia, Alex Rodríguez apareció acompañado por su esposa y su madre. Su llegada provocó murmullos entre los asistentes, como si una figura decisiva acabara de entrar en escena.

A medida que avanzaban hacia el interior del salón, otras leyendas del béisbol de este universo alterno comenzaron a llegar. Albert Pujols, imponente como siempre, y Adrián Beltré, con un aire reflexivo, se unieron al homenaje. Sus rostros mostraban respeto profundo, reforzando la idea de que este velorio no era un evento más, sino un momento que unía a gigantes del deporte en torno a una figura que había dejado una marca inmensa.

They may have been rivals, but it's all love between A-Rod and David Ortiz

Dentro del recinto, el ambiente era tan denso que parecía detener el tiempo. Velas encendidas, coronas de flores y retratos del difunto llenaban la sala. Los asistentes compartían anécdotas y recuerdos, algunos entre risas sinceras, otros con lágrimas inevitables. Cada historia resaltaba el papel crucial que, en esta ficción, el padre de David Ortiz había tenido como guía, mentor y fuente de fortaleza.

En esta narrativa dramatizada, David Ortiz caminaba lentamente entre los presentes, saludando a quienes se acercaban a ofrecerle consuelo. Su expresión revelaba un dolor profundo, pero también una fortaleza admirable. A ratos inclinaba la cabeza, respiraba hondo y volvía a sonreír con gratitud. Su familia permanecía muy cerca, formando un círculo protector en uno de los momentos más difíciles de su vida.

David Ortiz's Alex Rodriguez love earns groans in Boston | New York Post

Alex Rodríguez se acercó finalmente a Ortiz, acompañado de su madre. Según esta versión ficticia, ambos lo abrazaron en silencio, un gesto que decía mucho más que cualquier discurso. Fue un instante cargado de simbolismo: dos familias de titanes del béisbol unidas por el respeto y el afecto. El ambiente se llenó de flashes discretos y miradas emocionadas.

Afuera, una multitud de fanáticos se congregaba con velas en las manos. Desde lejos, el salón parecía irradiar luz propia. En esta historia, muchos seguidores compartían mensajes y canciones, convirtiendo la despedida en un homenaje colectivo. El eco de las voces creaba un ambiente casi espiritual, como si todos acompañaran a la leyenda en este capítulo doloroso.

Para muchos, aquella noche quedó marcada como un momento que trascendía lo deportivo. Más que un velorio, fue un encuentro de figuras admiradas que, dejando de lado la competencia, se unían para honrar a un hombre cuyo legado, en este universo narrativo, había tocado vidas dentro y fuera del campo. La unión reflejaba una verdad poderosa: incluso en la tristeza, la comunidad puede ser un refugio.